Todo proceso de aprendizaje debe incluir un indicador o medidor de desempeño, en tal sentido, es relevante para este fin indagar en algunas cuestiones respecto de la evaluación de la enseñanza en sí misma.
Existen numerosas propuestas y postulados. De hecho, no existe un consenso claro sobre la forma idónea de evaluar las actividades de cada profesor, ya que sus funciones cambian histórica y culturalmente según contextos y enfoques de la enseñanza (Arbesú et al, 2003). El caso de la enseñanza de EATs es un caso singular.
Por ejemplo: en la docencia en universidades, muchas veces se realizan evaluaciones mediante cuestionarios de opinión por parte de los estudiantes (Arbesú, 2003). Éstos reproducen, implícita o explícitamente, un modelo particular de docente y de estudiante que no necesariamente se corresponde con un enfoque educativo específico.
En este Certificado se ha hecho central el enfoque andragógico, y en pos de una coherencia, la evaluación de la enseñanza debería corresponderse con sus principales fundamentos y producciones teóricas.
Además, muchos criterios utilizados en la evaluación de la docencia tienden a ejercer un control y una limitación excesiva de las actividades de los profesores, a quienes se les considera como meros operadores de la enseñanza (Arbesú et al, 2003). Un facilitador andragogo, con sus conocimientos acerca del perfil del EAT, con un enfoque de liderazgo y estratégico como el que se intenta transmitir en este Certificado no es un operador sino un mediador de procesos de enseñanza y aprendizaje.
Lo que se busca, en cambio, es una forma de evaluación de la actividad profesional que sirva para conocer la práctica pedagógica y el trabajo de un docente basado en principios andragógicos. En este marco, cobra valor un tipo de evaluación formativa.
En “La evaluación de los alumnos”, Perrenoud cuestiona:
“¿Qué hay de nuevo en esta idea? En el curso del año, no se sirven todos los profesores de la evaluación para ajustar el ritmo y el nivel global de su enseñanza? ¿No se conocen numerosos docentes que utilizan la evaluación de manera más individualizada, para determinar mejor las dificultades de algunos alumnos e intentar remediarlas?”
Con la evaluación formativa lo que se busca es que:
La evaluación de la enseñanza tiene como finalidad lograr un proceso de comprensión y reflexión sobre la enseñanza en donde participan los docentes, quienes deciden – a través de la reflexión y del autoconocimiento de su práctica – realizar los cambios o mejoras deseados. Para un modelo andragógico y estratégico coherente, tiene sentido que la evaluación se genere desde los mismos facilitadores para servir a su rol de mediadores y responsables de la planificación estratégica.
¿Cómo se evalúan las estrategias para EATs?
Hasta aquí, hemos planteado que las estrategias de enseñanza son los procedimientos utilizados por el facilitador para promover aprendizajes significativos, actividades conscientes y orientadas por un objetivo o varios. Un uso adecuado y consciente de las estrategias habilita una “instrucción estratégica interactiva” y de alta calidad (Parra Pineda, 2003). El docente estratégico se convierte en un verdadero mediador, y un modelo para el EAT. La idea que subyace es que, en último término, el docente siempre dirige la acción a influir en los procesos de aprendizaje de los alumnos.
Por último, cuando se utilizan los conceptos de estrategias de enseñanza y aprendizaje, es deseable el docente y el estudiante las empleen como procedimientos flexibles y adaptativos (nunca como algoritmos rígidos) a distintas circunstancias de enseñanza (Parra Pineda, 2003).
Fuente: Laureate Iniversities
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